lunes, 3 de diciembre de 2012

2º DE BACHILLERATO: TEXTO DE ARTURO PÉREZ-REVERTE

Fotografía de Joan Vendrell http://joanvendrell.com/


Paseo por una calle del Madrid viejo, y al doblar una esquina encuentro a un joven que toca el violín. Lo hace muy bien, interpretando una melodía que desconozco -excepto en un par de registros, mis conocimientos musicales son limitados- pero que me conmueve hasta el punto de hacer que me detenga un poco más allá, escuchando. Y no sólo me conmueve la música. La soledad del joven en esta calle poco transitada, su expresión mientras desliza el arco sobre las cuerdas, la funda del violín que, a sus pies, muestra unas pocas monedas, también me producen una sensación triste. Melancólica.

Desde unos pasos de distancia, lo observo con atención. Sorprende, sobre todo, que parezca español, pues la mayor parte de los músicos callejeros que veo en el centro de Madrid -mariachis, acordeonistas, incluso la orquesta de jazz que suele tocar cerca del hotel Palace- son extranjeros, y en su mayor parte proceden de países del este de Europa. Pero éste parece de aquí, y lo confirmo cuando vuelvo sobre mis pasos, me inclino y pongo sobre la funda del violín un billete de cinco euros. «Gracias», le digo. Y él, sin dejar de tocar, sonríe y responde en perfecto español nativo: «No, por favor. Gracias a usted».

Me alejo calle arriba, dejando atrás la música hasta que se apaga a mi espalda. Pensando, sombrío, en ese joven violinista. El encuentro tenía que haberme alegrado la mañana, me digo. Esa música tan bella. Pero lo cierto es que me ha entristecido. Mucho. Me hace sentir como en otro tiempo, con aquella gente con la que me cruzaba en lugares inciertos: caminando hacia ninguna parte con sus críos y lo poco que habían podido salvar de sus casas destruidas, mientras me preguntaba qué azarosos caminos los habían llevado hasta allí. La felicidad que tal vez dejaban atrás, la pesadumbre de su presente. Y aquellas miradas turbias de fatiga y desesperación. De miedo al futuro. El joven del violín tenía la misma mirada. O quizá, concluyo, soy yo quien la tiene impresa, indeleble, de otros tiempos y lugares que en el fondo siempre y de alguna forma son los mismos, y me limito a aplicársela a ese joven. A enfocarlo con ella, incómodo botín de vida, a él y a su conmovedor violín. A transferirle mis propios fantasmas.

Recuerdo algo que leí hace poco. Una carta que alguien me hizo llegar: un padre de una muchacha que estudia música. Vulgar historia, como tantas otras diversas y tan parecidas entre sí, de jóvenes nacidos en el tiempo equivocado; en el país inadecuado, lleno de trabas burocráticas, de zancadillas oficiales, de vilezas corporativas, de desidia y de contumaz ignorancia. La historia de siempre: ciencia, cultura. Música. Desdén y olvido. Aquel padre se lamentaba de la situación de la música en España: desinterés oficial, aberraciones académicas, sálvese quien pueda, chiringuitos provinciales minoritarios, taifas de músicos locales que se buscan la vida repartiéndose entre ellos, casi en privado, lo poco que cae. Y esa chica o muchacho brillantes, con ganas y talento -el que acabo de encontrar tocando el violín podría ser uno de ellos-, que tal vez destacó en los estudios, que ha dado humildes conciertos o estrenado pequeños logros en una ciudad, la suya, donde los críticos locales y quienes tienen en sus manos los resortes del asunto ni se molestaron en asistir; y que, luchando por abrirse paso, se presenta a certámenes, gana pequeños premios que no sirven para comer ni para seguir adelante, se esfuerza por conseguir esa beca que, cuando existe, nunca le dan, y acaba quedándose en su casa, tocando para su familia y sus amigos mientras termina los estudios en el conservatorio; consciente de que si su instrumento es orquestal, flauta o violín por ejemplo, tal vez consiga formar parte de algún grupo de jóvenes o no tan jóvenes que toquen por amor al arte, o casi. Sabiendo que su máximo triunfo, si lo acompaña la suerte, será llegar a profesional de la música como profesor de grado elemental o de piano, en el mejor de los casos, en un conservatorio donde podrá formar a chicos con talento y ganas que acabarán tan frustrados y amargos como él. En cuanto a lo otro, la posibilidad de llegar a donde debería y a donde puede, a concertista, compositor o director de orquesta, sólo le quedará un camino: coger su instrumento, hacer la maleta y largarse -si es que aún está a tiempo y puede- de esta tierra suicidamente inculta, enferma de sí misma y sin futuro. Intentarlo fuera, lejos, como tantos otros, si no quiere convertirse en el joven que toca el violín en una calle solitaria de Madrid, transmitiendo, a quienes escuchen con un mínimo de lucidez su bellísima melodía, menos placer que tristeza.


                                         Arturo Pérez Reverte, XLSemanal, 5-11-2012

ACTIVIDADES:

1. Enuncia el TEMA del texto.

2. Analiza sus CARACTERÍSTICAS LINGÜÍSTICAS Y ESTILÍSTICAS.

3. Define el TIPO de texto.

4. RESUMEN del texto.

5. ANÁLISIS DE ALGUNOS MECANISMOS DE COHESIÓN: Busca en el texto al menos un ejemplo de los siguientes mecanismos:
                           -Repetición.
                           -Elipsis.
                           -Anáfora y catáfora.
                           -Deixis nominal, espacial y temporal.

6. Busca en el texto ejemplos de CONECTORES EXTRAORACIONALES.

7. ANÁLISIS SINTÁCTICO de  la siguiente oración del texto:

   "Me alejo calle arriba, dejando atrás la música hasta que se apaga a mi espalda."

8. Escribe un TEXTO ARGUMENTATIVO sobre el siguiente asunto: 

"La importancia de la música en la vida de las personas."


NOTA A PIE DE PÁGINA:

Un daño colateral, no por inintencionado  -absteneos de buscar está palabra en el diccionario de la RAE,  aunque debería estar- menos grave y doloroso, cuando los profesores seleccionamos textos para actividades escolares, estén o no relacionadas con la preparación de las pruebas de Selectividad, como es el caso, consiste  en provocar en algunos alumnos, afortunadamente no en todos, un rechazo hacia los autores de los  mismos, a los  que quizá acaban considerando responsables de sus desdichas como obligados comentaristas. Si esto sucede en esta ocasión, pedimos disculpas a Arturo Pérez-Reverte por provocar ese rechazo. No es culpa suya.  "Nostra culpa". "Mea culpa".

Pero también nos gusta pensar a los profesores, quizá con benevolencia hacia nosotros mismos, que la lectura de esos textos seleccionados, y muchas veces selectos, no solo ayuda a descubrir a sus autores, en el supuesto improbable de que  no fuesen conocidos, sino que puede provocar en algunos alumnos -acaso solo en uno, pero eso ya sería suficiente- el mismo deleite que provoca en nosotros, y el mismo deseo de leer más textos, libres ya de engorrosas obligaciones. 

Si esto es así, todo lo damos por bien empleado.


Podéis leer otros artículos de Arturo Pérez- Reverte en su web                              //http://www.perezreverte.com/prensa/patentes-corso/

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