miércoles, 19 de septiembre de 2012

2º DE ESO: "TÚ Y YO" DE NICCOLÓ AMMANITI




La noche del dieciocho de febrero de dos mil me acosté temprano y me dormí enseguida, pero a media noche me desperté y ya no pude conciliar el sueño.
A las seis y diez, tapado hasta la barbilla con el edredón, respiraba por la boca.
La casa estaba en silencio. No había más ruidos 
que el de la lluvia batiendo contra la ventana, el que hacía mi madre en el piso de arriba yendo y viniendo del dormitorio al cuarto de baño, y el del aire que entraba y salía por mi tráquea.
No tardaría mi madre en venir a despertarme para llevarme con los otros.
Encendí la lámpara con forma de grillo que tenía en la mesita. La luz verde pintó un rincón de cuarto en el que se veía la mochila llena de ropa, el chaquetón y un bolso con las botas y los esquís.
Entre los trece y los catorce años di un estirón tremendo, como si me hubieran dado abono, y superé en altura a todos los de mi edad. Mi madre decía que me habían estirado dos caballos de tiro. Me pasaba un montón de tiempo ante el espejo, mirándome la piel blanca llena de pecas, el vello de las piernas. En la cabeza me crecía una mata de pelo castaño entre la que asomaban las orejas. La pubertad había remodelado mis facciones y me separaba los ojos verdes un narizón enorme.
Me levanté y metí la mano en el bolsillo de la mochila, apoyada junto a la puerta.
–La navaja está. Y la linterna. Todo –dije en voz baja.
Los pasos de mi madre en el pasillo. Debía de llevar los zapatos azules de tacón alto.
Me metí en la cama, apagué la luz y fingí que dormía.
–Lorenzo, arriba, que es tarde.
Alcé la cabeza de la almohada, me froté los ojos.Mi madre subió la persiana.
–¡Qué día tan horrible!... Esperemos que sea mejor en Cortina.
La luz tétrica del alba dibujaba su fina silueta. Se había puesto la falda y la chaqueta gris que usaba en las ocasiones importantes. El suéter de cuello redondo. Las perlas. Y los zapatos azules de tacón alto.
–Buenos días –dije bostezando, como si acabara de despertar.
Mi madre se sentó en la cama.
–¿Has dormido bien, cielo?
–Sí.
–Voy a prepararte el desayuno... Tú, mientras, lávate.



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